
Escatimar elogios por los méritos alcanzados puede hasta parecer de mal gusto, porque la obra de Vargas Llosa representa todo una acuarela de genialidades inspiraciones que tapizan con palabras sus experiencias. Pero, como siempre ese pero, que a veces mata, que a veces produce urticaria, subleva el pensamiento cuando se irroga la autoridad intelectual de descalificar la obra de otro grande, del que antes de alinearse para ganar el nobel, prefirió tirarse un balazo para expresar su disconformidad con su propio universo, José María Arguedas.
En UTOPIA ARCAICA el nobel deja sentado una crítica arrasadora al fondo de la obra de Arguedas, que como las suyas siempre serán cuentos - así digan de mil formas que es pura realidad o interpretación de la misma - y están cargados de ese relativismo ciego que por naturaleza están condenados a estar siempre en polos opuestos.
Mientras uno nació en una ciudad en vías de ser cosmopolita, perteneciente a una clase media emergente, el otro nació donde él llama el lugar donde viven los indios, donde viven los que ponen la mano de obra al sistema, no donde estan los letrados que por décadas por no decir siglos, tuvieron la oportunidad de perfeccionar el lenguaje, la indolencia, la escritura y lamentablemente la forma de explotación, aunque esta última para nada ahora es directa.
El mérito de Arguedas al retratar ese mundo casi inexplorado por la cultura occidental y ponerlo al alcance de todos, y por ser ese mundo de cosmovisiones tan disímiles se esperaba que el autor tenga algo o mucho de su ancestral naturaleza. Allí donde podemos ver errores, puede haber mérito, logro de volar una y mil montañas para ver lo que sus coterráneos podrían alcanzar a ver, si se atrevieran a enrumbar su destino, donde la exclusividad reclamada por occidente sobre las formas pueden hacerlos tambien tropezar.
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