sábado, 21 de mayo de 2011

Reseñando a Gonzales Prada


Un texto interesante de parecería ayer nomás, o quizás hoy. Pero data del siglo XIX: PAGINAS LIBRES - HORAS DE LUCHA.

"Rara vez las autoridades laicas inician la denuncia de escritos contra el dogma o andan a caza de herejes y librepensadores. Parodiando a Federico el Grande, los gobernantes del Perú dejan escribir herejías con tal que les dejen cometer barbaridades. La autoridad eclesiástica da el grito de alerta para que la autoridad civil ordene la denuncia del escrito y abra juicio al autor; los clérigos, como sabuesos de buen olfato, husmean el rastro y menudean los latidos, para lanzar el galgo en la pista del venado.

El gobierno toma la cuestión a cargo y despliega la autocracia de su poder, cuando se trata de escritores oposicionistas y periódicos que no siguen las aguas de los subvencionados: no hay voz, diario, libertad ni garantías para el hombre que ignora la consigna ministerial, que protesta de obedecer sumisamente las órdenes prefecturales o resiste a sufrir una depresión moral en las antesalas de palacio.

Para impedir que alguno hable, se recurre al uso primitivo de taparle la boca. Y el día que se impone silencio al escritor independiente y valeroso, nadie se da por entendido, todo el mundo calla en bloque: el Congreso discute el ascenso de un coronel o la demarcación territorial de Chumbivilcas, mientras los diarios llenan sus columnas con editoriales sobre la canalización del Rimac o la colonia alemana del Pozuzo.

Para disimular lo tosco del uso primitivo, los gobiernos emplean el régimen de multas y depósitos: nadie funda un periódico ni sigue publicando los fundados sin depositar quinientos soles. Tras el depósito, viene inmediatamente la multa, de modo que cada artículo de oposición cuesta bien caro.

Entiéndase que depósitos y multas rezan solo con los diarios independientes, o mejor dicho semanarios, porque la independencia se manifiesta en nuestro periodismo con intermitencias hebdomadarias. Sin embargo, esos periodiquillos intermitentes o eventuales, algunas veces heroicos, encierran la única expresión sincera del sentimiento popular.

Hoy no existe pues, libertad en el diario ni independencia en el diarista, y la oposición anodina de uno que otro editorial se reduce a fórmula o convenio de partes con el fin de guardar las apariencias: no asistimos a batalla donde se arroja plomo, sino a simulacro donde se quema pólvora.

Todos los gobiernos, al inaugurarse, ofrecen garantías a la emisión del pensamiento, y se congratulan de ver en la prensa o cuarto poder del estado un colaborador inteligente para la magna obra de la regeneración nacional. Otorgan unos pocos meses de respiro y desahogo; pero insensiblemente resbalan por la pendiente del abuso y concluyen por justificar los anteriores gobiernos. Entonces regresamos a la vida normal: en nuestro régimen político, la legalidad y la justicia figuran como breves interregnos.

Los Vivancos y los Echeniques, los Baltas y los Piérolas, los Iglesias y los Cáceres, fueron en la prensa del Perú como tiburones en el mar.

Cuando faltan garantías para censurar a las autoridades, cuando en las graves cuestiones políticas, religiosas y sociales no se puede emitir libremente las ideas, los hombres enmudecen o consagran toda su fuerza intelectual a discusiones insípidas, rastreras y ridículas. Toda prensa con mordaza termina por engolfarse en la pornografía, la lucha individual y el interés casero. El periódico no es ya el río que sale de la madre para fecundizar el campo, sino mal canalizado albañal que con sus miasmas pestilentes infecta el aire de la ciudad.

Nuestro periodismo lo comprueba. ¿Qué vemos en editoriales? Pesadas adulaciones al Gobierno, escritos que infunden sueño, literatura de cachalotes, buena para ser leídas por elefantes. ¿ Qué vemos en crónicas y comunicados? Improperios contra el candidato que no fomenta la impresión, insolencias que revuelven la bilis, literatura de verduleras, buena para ser leída por meretrices. ..............."

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