Sin duda existen muchas personas hoy en el país, a las que les va muy bien. Lógicamente esas personas desean que las cosas sigan igual, cualquier viraje pondría en aprietos sus cálculos económicos, y no es que temen el extremo de la pobreza, sino que las necesidades que aspiran satisfacer son de otro vuelo. Lamentablemente ese círculo de personas, esa clase privilegiada es una minoría en nuestro país.
Entonces como explicamos esa respuesta de casi la mitad del país apostando por banderas neo liberales, uno de los puntos que explica esta situación es que los medios de comunicación pertenecen a esta clase privilegiada. Por ello encontramos en los principales medios, ya no profesionales de la comunicación, sino rostros, voces alquilados para ventilar una forma de ver la realidad, quizás la forma mas oprobiosa, pero que produce los réditos que buscan. Sino como explicar que un comerciante, o micro-empresario apostando por el adalid de los banqueros, con el miedo a que cualquier línea distinta al liberalismo sería una catástrofe para el país y para el suyo propio. Y los pocos periodistas que disienten de este modelo adormecedor, es condenado al destierro mediático.
El miedo que infunde el cambio, a dejar de tener privilegios y ganar algo menos de dinero, conduce a arrastrar a tantos jóvenes que ven en la mella de grandes fortunas, ver el peligro propio. Parece que se apuesta ciegamente a que el inversionista tenga carta blanca, para poder ganar lo que quiera, aún a costa de una inmensa masa de trabajadores, que no por estar lejos de la cadena de mando, deja de ser importante.
El decenio fujimorista aplastó el sindicalismo, que en su versión extrema es un lastre para el desarrollo, pero el extremo liberal sin derechos laborales, es una receta precisa para acrecentar la valla que separa a los trabajadores y los inversionistas.
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