Veía un documental en infinito, donde se mostraba la experiencia de soldados que regresaron de la guerra de Irak, defensores de un sistema que involucra intereses de quienes jamás se atreverían defender con sus vidas, jóvenes empujados en búsqueda de la gloria de un imperio que no encuentra otra manera de imponer su superioridad que matando.
Por paradójico que parezca el sentimiento de culpa que aflora en muchos de ellos, es que ellos mismos se sienten culpables de atrocidades que vieron e hicieron, con el beneplácito de la superioridad militar. Y es esta ambivalencia de verse horoes ante los ojos de la ciudadanía, ante si mismos solo son un remedo de hombres y al recordar haber aniquilado niños, madres, hombres indefensos, que muchos no encuentran razón de vivir y terminan suicidándose.
Otros buscan sepultar ese yo interno que sufre con cada estridencia que le transporta a instantes en la que cuan superhombres se dedicaban a destruir y acrecentar esa muralla de odio que separa al occidente del oriente, al cristiano del musulman. Preparados como máquinas asesinas, terminan envueltos en una pesadilla que se llama vida post guerra, se comprueba que algo de humanos les queda, y se acrecienta su verguenza al recordar que para ellos en tiempo de guerra era un mal día, el día que no mataban a alguien.
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