No hay duda que aún nuestra sociedad naufraga en un mar de prejuicios, pacatería de siglo pasado, sino como tomar una publicación de uno de los diarios mas influyentes sobre una encuesta de aceptación y tolerancia a los homosexuales.
No sé, bajo que criterio tendríamos que ponernos en plan de aceptación o no de aquellas personas que salen del closet, es cómo si pudiésemos juzgar a las personas por lo que hacen en su intimidad, con su cuerpo, con su mente, con lo que les parezca. Leyendo un poco a Dyer, llega a la conclusión que una de las causas es que muchos vivimos pensando en la aceptación de terceros, y en consecuencia también nos la pasamos juzgando, aceptando, negando, tolerando. Cosa para lo cual no nos asiste ningún derecho.
Ser homófobo suena algo así como decir, como yo soy normal, me gustan las personas de sexo opuesto para intimar, entonces es bueno ser como yo, y si no, mala suerte pues tengo que acabar contigo. Y después criticamos a los fundamentalistas islámicos que quieren matar a todos los infieles - para ellos los cristianos u otros -, cuando el homófobo termina peor, con el agravante que el homófobo indirectamente se irroga el derecho de juzgar la libertad de escoger o vivir una opción sexual diferente.
Poco ayudan tambien a veces los movimientos activistas de los amigos estos, que se la pasan luchando por leyes expresas para su bienestar. Cuando todo ya está consagrado en la constitución, cuando dice que respeta los derechos de la persona, penaliza la discriminación. Es cosa de hacer respetar las normas establecidas. Y si escogieron una opción diferente, tampoco esperen cambiar todo el status quo, al fin y al cabo no terminen con los mismos prejuicios.
El límite entre lo bueno y lo malo no tiene porqué ser lo que alguién decide hacer con su vida o con su cuerpo, sino lo que verdaderamente puede ser relevante para la vida en sociedad, cumplir las leyes, no ser ladrón, no ser corrupto.
Y en esta lotería de la vida que nos tocó vivir, se vé pues de muy mal gusto despotricar de quienes no tuvieron la suerte de obtener en sus genes y en su acerbo cultural lo que parece ser lo mejor y lo ideal. Que si pensamos en la relatividad de las cosas, quizás ellos se compadezcan más de nosotros, en fín también tendrían derecho.
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