
Entonces vemos que su vocación por el engaño no ha menguado un ápice, por el contrario se está perfeccionando.
Si bien todos pueden hacer uso irrestricto de su libertad de pensamiento y opinión, parece que la balanza se inclina a favor cuando ellos así lo creen.
No se puede condenar a alguien por hablar que podría realizarse un fraude, hay que condenar que se hagan fraudes. Y eso demanda una actitud vigilante, crítica y nada de adormecimientos por quienes ya dan señales de parcialidad en los mismos organismos electorales.
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